Atanasio. San
      [924](295-373)

 
   
 

    

      Nació en Alejandría en ambiente cris­tiano. Fue educado con esmero en la misma ciudad en la cultura profana. Fue admitido el 312, muy joven todavía, al ministerio eclesial del Lectorado y entró en la célebre escuela teológica que existía en la ciudad.

   1. Si iniciación apostólica

   Fue ordenado diácono en el 318 y nombrado ayudante del obispo de Ale­jandría. Es entonces cuando comienza a ocupar una posición relevante en la gran batalla teológica que culminó en el con­cilio de Nicea en el año 325.
   A este concilio acompañó como con­sejero y secretario de su Obispo Alejan­dro. En el concilio influyó por su claridad de conceptos y por su terminología clara en torno a la naturaleza de Cristo, como Verbo encarnado.
   El fue en este concilio ante los 300 obispos reunidos el que se enfrentó a Arrio,  sacerdote también de Alejandría que negaba la divinidad de Cristo, sepa­rando el hombre Jesús de la Segunda persona trinitaria. Contribuyó a clarificar los conceptos y de los mejores términos, de modo que su lenguaje dura hasta hoy.

   2. Su doctrina

   Atanasio formuló una doctrina clara sobre la unidad (homoousia es = a unidad de persona) y la dualidad en Cristo. Una persona, dos naturalezas.
   Al no aceptar la doctrina Arrio, se inicia una polémica religiosa con tras­fondo político y de poder social, la cual habría de durar varios siglos y enfrentar a muchos teólogos en años venideros.
   Pero Atanasio regresó de Nicea como el gran defensor de la verdad. Por eso fue elegido para reemplazar al Obispo Alejandro a la muerte de éste, el 7 de Junio del 328, aunque sus ideales no eran los de figurar como gobernante.
   A partir de entonces, las luchas que tuvo que sostener en Alejandría fueron interminables, con las acusaciones más diversas. Sus adversarios lograron que fuera depuesto el 335 en un Concilio local de Tiro, por lo que fue deste­rrado a Tréveris.
   Muerto el Emperador Constantino pudo regresar a su Diócesis, pero de nuevo en un Concilio de Alejandría el 339 fue acusado y de nuevo tuvo que salir al destierro.
   En un concilio en Roma el 341 se declaró su inocencia ante el Papa, a pesar de las acusaciones que llegaban de los arrianos de Oriente. En lucha con el Obispo intruso Gregorio, se multiplicaron sus períodos de destierro y de regre­so. El 346 fue autorizado a volver a Alejandría.

   El Emperador Constancio, partidario de los arrianos, logró su condena en el concilio de Arlés, el 354, y de nuevo en el de Milán, el 355.
   Tuvo que huir de las tropas que ro­dearon su iglesia episcopal y escon­derse en diversos monasterios, a pesar de que la población le defendía contra el nuevo obispo intruso, Jorge el Capadocio.
   Asesinado en los tumultos del pueblo el Obispo Jorge, Atanasio regresó a su sede con permiso del nuevo Emperador Juliano el Apostata, que terminó por desterrarle otra vez.  De nuevo, al morir Juliano, el Empera­dor Jovino le autorizó el regreso el 364, para tener que salir de nuevo desterrado al llegar Valente al gobierno.
   El 366 regresó del destierro y pudo pasar los últimos años de su ajetreada existencia en un gobierno tranquilo de la Diócesis hasta su muerte acaecida el 2 de Mayo del 373. Había estado desterrado cinco veces, lo que dio 17 años y medio en el exilio de los 45 de su episcopado.

   3. Influencia doctrinal

   Pocas figuras eclesiales de la antigüedad tuvieron tantos avatares, y pocas fueron tan clarividentes en doctrina, tan empeñadas en caridad, tan rectas ante las autoridades, tan influyentes en el pueblo que le veneraba como mártir.
   En el fondo estaba las implicaciones de las controversias arrianas y las in­fluencias de los poderes políticos en la marcha de las iglesias y en las ambicio­nes de mando de eclesiásticos mediocres.
   El movimiento arriano estaba presente en la corte imperial y movía muchos hilos, no sólo doctrinales, sino en rela­ción a intereses materiales de adminis­tración de bienes y de poder.


   Atanasio fue el gran defensor de la ortodoxia ante el subjetivismo arriano y el gran enamorado de Cristo, en el que claramente veía el hombre unido al Verbo.  Fue el gran promotor de la unidad lograda misteriosamente en la encarna­ción, no por que el hombre Jesús fuera divinizado, sino por que Dios se había encarnado.
   Su doctrina de la unidad de persona y la dualidad de naturaleza es clara, y fue construyéndose en la acendrada lucha contra los seguidores de Arrio que afir­maban la existencia de dos seres super­puestos: el hombre Jesús, depósito dife­rente de una divinidad distante
.